Esto es cosa del Destino - [Anticuario - Loghan & Di]

La puerta del anticuario todavía se encontraba cerrada para el público. Pero giré la perilla para entrar cargando una pesada caja con antigüedades en brazos -empleando un poco de malabarismo- y luego cerrar la misma con un puntapié. La campanilla sonó sobre mi cabeza.

-Buenos días.- saludé por la fuerza de costumbre; la campanilla me había ahorrado la molestia de anunciarme pero aún así, estaban los buenos modales. Era más fácil olvidarme de ellos cuando procurábamos evitarnos con Diana, lo que en esta ocasión no ocurría, pues nos encontrábamos obligados a tratarnos.

Dejé las viejas reliquias de la familia Couronne sobre el mostrador, haciéndolas sonar al chocar en el interior de la caja. Le dirigí una mirada de soslayo a Diana, que mantenía el equilibrio sobre una escalera de madera que apostaba era nueva y la había fabricado Aidan, mientras extraía algunos de los objetos más frágiles.

Miré sobre mi hombro sosteniéndome del borde de la estantería, al oír sonar la campanilla, para ver entrar a Loghan cargando las antigüedades familiares que se había ofrecido en un gesto de inusitada generosidad a exhibir en mi tienda, imitando a los otros druidas de la isla que poseían reliquias semejantes.

-Buenos días, Loghan, ¿como estás?- pregunté con toda la amabilidad que era capaz en mis días de buen humor, con un tinte de dulzura por todas esas veces que no me había dirigido el saludo. Y solo para no deshabituarlo a mi dosis cotidiana de ponzoña, dije despues:-¿Me has traído el juego de té de tu abuela?

Me deshice de las últimas telerañas que colgaban del techo con el trapo, y luego descendí los escalones para poner los pies en el piso y acercarme a él. No, a él no. A cofre de tesoros que traía consigo. Levanté la puerta traba del mostrador, ubicándome frente a frente con Loghan pero sin mirarlo para inspeccionar el interior de la caja.

Diana era, en una palabra, espinosa. No se podía tener una conversación, o un leve roce con ella, sin que algunas de sus espinas, picaran. Ni siquiera me molesté en contestar a su pulla, ignorándola deliberadamente, lo que sabía, era lo que ella necesitaba. Que de vez en cuando, simplemente la ignoraran.

Puse a su vista una serie de herramientas envueltas en un cinturón de tela, entre ellas una hoz, usada por los miembros varones de mi familia en la agricultura y otros oficios. En un cofre de madera estaban guardadas algunas de las joyas menos valiosas que habían pertenecido a mi abuela, como última heredera de una larga línea; mi madre no contaba. Abrí el cofre y le enseñé un torque preciosamente tallado.
-Es un torque; era la joya más valiosa entre los druidas.- dije, dejándola sobre la barra.
De un bolso de tela, extraje una fíbula que también se la mostré diciéndole su nombre y explicándole que solía usarse como talismán, a la vez que le permitía sujetar la ropa. Ésta como otros objetos de uso más cotidiano, presentaban figuras de tallos y hojas en sus formas, un trabajo artístico propio de druidas. Al final de todo, estaba el caldero con las decoraciones grabadas de diseños varios.
-Si quieres espadas y escudos, tendrás que esperar a que continúe con la limpieza en casa de mis abuelos. O si quieres, puedo darte la llave a ti y te encargas de eso.- propuse, con una leve sonrisa. No estaba del todo seguro de querer que esa mujer fuera a revolver entre el pasado de mis ancestros, pero imaginarla en el ático entre telarañas y armada con una escoba, sería gracioso.

Cogí el torque con mis manos apenás él lo dejó de lado. Estudié las líneas grabadas, deslizando mis dedos por sus contornos, maravillada. Era pesada. Como una niña emocionada en una mañana de navidad, comencé a toquetear todo lo que Loghan me enseñaba como si se trataran de regalos envueltos en papel de seda aunque no fueran más que antigüedades. Pero era así como las veía.

-Creo que paso de eso,- decliné su oferta sin disimular de que solo imaginarlo, esa tarea me disgustaba. No pensaba a ponerme a luchar con arañas en viejos áticos, ni hacerle más liviana la labor de Loghan. Él se había ofrecido a traerme sus antigüedades, pues yo me limitaría a recibirlas. Lo miré y vi que tenía su mirada puesta en los objetos; buscando sus ojos crucé mis brazos sobre el mostrador apoyando la barbilla.-Eres muy amable, Loghan, al traerme todo esto.- dije melosamente- Pero si lo que te propones, es que te ayude a ligar con algunas de mis amigas, puedes olvidarte de esa idea.- me reí, y rebusqué otras joyas en el cofre de madera.

Hacía días que había decidido ir a conocer el nuevo negocio de mi hermana, me gustaba pensar que se había convertido en una mujer independiente aunque creo que siempre lo fue, después de todo de las dos yo era la más susceptible a los cambios.

Esa mañana en la isla hacia más calor que de costumbre por lo que andaba con un fino vestido blanco de mangas cortas y unas valerinas grises que me hacían lucir un pie más pequeño del que ya tenía. El clima allí para mí era un problema, me había criado en pleno Londres donde lo normal del año es que haga frio y pocas veces calor así que mi closet se constituía por botas y vestidos de lana que me permitían ajustarme a la temperatura aunque yo era más de jeans y zapatillas como casi siempre decía mi madre.

Me quede parada frente a la puerta del negocio por cuestiones de minutos, contemplándole en silencio con mi lobo justo detrás tan tranquilo que parecía estatua de mármol.

Después de soltar un suspiro de curiosidad me aventure al interior haciendo sonar la campanilla sobre mi cabeza lo que me hizo sonreír de lado para luego posar mis ojos azules sobre las dos personas que se encontraban en el local.

-Buenos Días- salude con extrema educación más por el druida que por mi hermana, sorprendiéndome de encontrarlo allí tan temprano.

La campanilla sonó para anunciar, como un mayordomo eficiente, que una nueva visita había llegado a mi tienda. Me pregunté si no existía algún hechizo parlante para que la campanilla también anunciara nombre y apellido. Quizás agregar un título de "lord" o "lady", como se hacía en los bailes medievales. Pero como todavía no había descubierto si ese hechizo se podía realizar o no, tuve que darme la vuelta para ver quien era la inesperada visita. Mi hermana. Le sonreí, ahora las cosas eran mucho más sencillas con ella. Era mi única familia, y esa certeza me llevaba a apreciarla y valorarla como nunca antes lo había hecho. Los males pasados a pesar de haber creado una distancia de leguas entre las dos, habían acortado la distancia emocional que nos aislaba a cada una en nuestros mundos. Ahora la sentía más cerca, y no pensaba a renunciar al bienestar de tenerla conmigo. Aunque a veces la molestara un poco -lo que hacía con cualquiera-, lo cierto era que la quería demasiado.

-Oh, Claude- ahora llamarla así me resultaba tan normal. Aunque hubiese ocasiones en que, estando solas, se me escapaba su nombre.-Ven, mira todas las alhajas que trajo Loghan para mi anticuario, ¡si sabía que aquí existían estas joyas hubiese venido mucho antes!- esbocé una amplia sonrisa. Y luego solté un exagerado suspiro:-Adios, pobreza.

Bueno, no es que alguna vez conociera la pobreza. Afortunada de mi, que nací príncesa porque zorras, en el mundo, abundaban.

Al escucharla hablar de las joyas de aquella forma tan peculiar no pude sino sonreír, evidentemente mi hermana sabía que aquellas joyas no tenían mucho valor; al haber crecido al lado de mi madre, Diana sabía exactamente cuáles eran las que hacían sobresaltar a cualquier experto sin embargo suponía que las alhajas tenían un valor histórico y emocional para aquella Isla que superaba cualquier otro.

-Sí, adiós a la pobreza- me acerque sonriendo al cofre colocando mi cabello discretamente detrás del oído e inspeccione su interior con curiosidad – Menos mal que tú nunca la conociste- mencione mirando lentamente a Diana con una ceja elevada y algo de diversión en mis ojos azules para luego lanzarle una mirada a Loghan.

-¿Pertenecían a su familia?- pregunte con educación, aquel druida no me agradaba pero solo pocos de ellos lo hacían así que prefería tratarlos con educación pero a distancia.

-Es cierto, yo no la conocí. Pero te aseguro que fue una de los primeros temores que me asaltaron cuando tuvimos que huir. Me imaginé de mendiga en las calles, con harapos y pidiendo limosnas.- me estremecí. Y luego con animo recuperado, levanté otra de las alhajas para depositarlas en el mostrador y seguir catalogándolas:-Ahora ya nunca más me preocuparé por eso, no me alejaran de esta isla y si es necesario me encadenaré al Árbol Sagrado.

Me arrodillé detrás del mostrador para abrir la puerta de cristal que todavía se encontraba sin llave para ordenar los objetos de valor en la vitrina. Escuchaba platicar a los otros dos mientras yo me ayudaba con mi trapo para eliminar las motas de polvo, pensando si debía advertir a Loghan que dificilmente mi hermana podía figurar en su lista de posibles admiradoras. Es más, bien podría decir que ninguna de las hechiceras podría aparecer en esa misma lista luego de los hechos que me enteré en la última reunión de grupo que habíamos tenido en la isla.

Si me ponía a contar, quizás me daría cuenta que el número de habitantes en la isla era par. Lo que nos dejaría a Loghan y a mí como los últimos solteros. No sabía si eso debía aliviarme, o hacerme entrar en pánico. ¿Y si el Árbol Sagrado tenía ideas románticas para sus protectores?
-¿Quieren tomar algo?- pregunté con aparente desinterés para borrar esos malos pensamientos de mi mente.

-A riesgo de ser descortés, te aseguro que no necesito de tu ayuda.- repliqué mordazmente. Prefería hacer un pacto con el demonio antes de solicitarle su colaboración a Diana en alguna ocasión. Además, todas sus amigas ya estaban aparentemente, ligadas con mis amigos. Si uno va lento, pierde la carrera.

Para interrumpir nuestra agradable charla -sarcasmo-, llegó Claude. El semblante de mi antipática compañera cambió al ver a su hermana, y hasta casi llegué a creer, que podía resultar amable si se lo proponía. Sus ojos verdes generalmente fríos y distantes, brillaron con una luz que juraría nunca antes haberles visto. Pero es que no había presenciado nunca de manera tan cercana la relación entre las hermanas.
-Buenos días, Claude.- saludé con la misma formalidad.

No tenía por naturaleza hacer preguntas a las personas sobre su vida. Ni tampoco tenía la confianza suficiente con las hechiceras para justamente romper esa regla, e interesarme por sus pasados. Lo único que sabía era lo que ellas contaban. Lo que los druidas comentaban. Nunca le pregunté a Diana si ella y Claude eran hermanas, un día simplemente me enteré. Cabe aclarar que con solo verlas, jamás lo hubiese imaginado. Sus rasgos eran distintos, y el carácter de cada una lo era también. Había quienes me decían que Claude tenía una bondad y sensibilidad que la hacían excelente en su oficio. No se podía decir lo mismo de Diana, y yo podía dar testimonio de eso.
Sinceramente, desconocía la procedencia de cada una. Cuando las oí comentar sobre la pobreza, caí en la cuenta que nunca me había preguntado si antes de la isla, antes de la academia, cómo eran sus vidas. De dónde venían, sí tenían familia, si tenían una casa que abandonaron. Con observarlas, me era imposible descifrarlo. Eran sencillamente ellas, en este momento y este lugar determinado. Sin nada detrás. Como yo. Cierto, había quienes creían que mi pasado estaba en la isla.

- Si, son reliquias de mis ancestros maternos. Todos los druidas que ustedes conocen, menos Aidan, guardan este tipo de cosas en sus áticos- contesté a Claude, en tanto retiraba de la caja un par de armas cortas que le entregué a Diana para que las colocara junto a las joyas.-La cultura druida se aprecia mucho en cosas antiguas, nos cuesta adaptarnos a lo moderno. Supongo que somos muy nostálgicos.- sonreí.-Nos cuesta separarnos de lo nuestro por viejo que sea.

Le dediqué a Diana una mueca de sonrisa aunque ella no pudiera verla al oír su ofrecimiento.
-No, gracias. No me confío de que lo puedas darme de beber.

-De todas formas, es una oferta vacía. Ahora que lo pienso, no tengo nada de beber en esta tienda.- me puse de pie para seguir ordenando el resto de las antigüedades en los estantes y pedestales de la tienda.-Por las dudas, ¿los druidas no guardarán en sus baúles algún viño añejo que quieran donar generosamente a mi anticuario?- pregunté divertida mientras iba a de un lado al otro.

Le dirigí una mirada de cejas arquedas a Loghan por su explicación a mi hermana sobre el apego druida a las antigüedades.
-Son unos mezquinos, eso es lo que son. Tuve que venir yo para abrir esta tienda y sacar de los áticos estas bellezas guardadas. ¿Cuál era su intención? ¿Dejar que los recuerdos se llenen de polvo?- suspiré con fingida exasperación.

Escuche en silencio las palabras de Loghan sobre las antigüedades que había donado a su tienda y le sonreí ante su último comentario.

-Creo que estos objetos forman parte de su identidad, todos tenemos un pasado que forma parte de nuestro presente y nos moldea. Quizás eso que llamas modernidad no sea más que una forma para separarte de él y avanzar hacia una nueva vida sin mirar atrás- observe los objetos por unos segundos preguntándome si los druidas sabían cómo utilizar aquellas armas.

-Mi madre en una ocasión me dijo que yo había nacido en una familia de magos y que eso no podía cambiarlo. Que la magia fluía dentro de mí y que por más que lo intentara nunca podría negar lo que era. En ese momento me molesto el saber que tengo un destino predeterminado pero supongo que al final te acostumbras a la idea. Te resignas a que hay cosas que no puedes tener en la vida y aceptar aquellas que no puedes cambiar…- negué con la cabeza al ofrecimiento de mi hermana y luego rodé los ojos divertida por la respuesta de Loghan, más aún cuando Diana confeso que no tenía en realidad nada para beber. Pero fueron sus siguientes palabras las que me hicieron en realidad reír con genuina diversión.

-Perdona a mi hermana Loghan es que no puede comprender que algo de tanto valor y belleza se mantenga guardado lejos de los demás-

La hermana de Diana me agradaba. Tenía una forma tan dulce y melancólica de presentar los hechos; de invitar a mirar lo ya mirado desde una nueva perspectiva, lo que la delataba como una mujer muy inteligente. ¿Cómo era que mujeres tan opuestas habían podido criarse a la par? Quizás Claude se mostraba amable por ser yo un desconocido, o quizás Diana se mostraba desagradable por la simple razón de ser yo.
Las reliquias de mis abuelos eran mi herencia, nunca habría consentido obsequiárselas a Diana si no fuera porque sabía que ella le daría un mejor cuidado que yo, teniéndolas en el ático. Para desgracia de ella, claro, la visitaría seguido en el anticuario para velar por mi tesoro antiguo.

Me quedé en silencio cuando me contó ese detalle que me permitía vislumbrar apenas el pasado de las hermanas. Me remonté a mi propia vida anterior, en la que nunca me había identificado como druida. No conocía la magia, mi compromiso con la naturaleza se limitaba a una cuota de caridad a grupos ecologistas; tenía otros planes y proyectos en mi vida. Que abandoné sin mirar atrás. Creo que todavía me estaban esperando, allá lejos.

-La perdono- acepté- Se las obsequio porque yo tampoco puedo permitir que sigan guardadas. Y prefiero hacerlo por voluntad propio, y no bajo tortura- sonreí a Diana-Bueno, me marcho.- anuncié, retirándome a la salida para decir sobre mi hombro cuando ya atravesaba el umbral-Pero no te ilusiones, volveré.

Odiaba cuando lo hacía. Apreté la mandibula para reprimir los chillidos que mi niña interna emitía como cada vez que no lograba captar la atención. ¿Es qué lo hacía adrede? Puede que pensara que con la indiferencia podía tratarme mejor que con comentarios mordaces, porque claro, si de mordacidad se trataba yo le ganaba. Platicaron mi hermana y él, que tuve que clavar mi mirada en Claude por si decía cosas que no tenía por qué enterarse Loghan. Estaba lista para dirigir una señal de alarma si es que era necesario.

-Gracias por el perdón, me preocupaba no poder dormir esta noche.- le contesté con mucha dulzura y una gran dosis de sarcasmo.-Chico inteligente- me burlé cuando mencionó lo de no preferir acceder bajo tortura. Luego vi como se disponía a marchar, ese tipo era un antisocial. Era distante, se mantenía en su cabaña y solo se relacionaba con unos pocos druidas. El único amigo que le conocía era Lucien. Y por si fuera poco, a todas las hechiceras nos mantenía en pedestales entre los cuáles, por supuesto, Valentine era la diosa suprema.-Te estaré esperando con escobas y toneladas de polvo, vuelve cuando quieras.

Entonces la puerta se cerró. Saqué una de los taburetes que tenía tras el mostrador para pasarselo a mi hermana que llevaba parada desde que había llegado.
-Es un tipo desagradable. ¿Has oído como me habla? Con razón Valentine, tan dulce, no le da artículo. Pero bueno, no todo podía ser rosas y maná en la tierra del Árbol Sagrado, siempre está la espina hincando en un costado.- me quejé y luego suspiré exageradamente.
Apoyé un codo en el mostrador con el mentón en la mano, la miré.
-Hablemos de cosas lindas. ¿Qué me cuentas tú?