Habían transcurrido meses de reconstrucción. Las hechiceras convivían con los druidas en sospechosa armonía, rescatando lugares de antaño y creando nuevos espacios más confortables. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido; puede que se debiera a que después de tantos años huyendo sin cesar, una vez encontrado un refugio se tomaran todos un merecido descanso. Pero por debajo de la calma, de la paz del lugar, algo latía pausadamente. El miedo. Me preguntaba si los otros lo sentían también. El miedo a que un día llegaran. A que nos encontraran. ¿Y si lograban destruir todo lo que habíamos construidos sobre las ruinas de nuestras vidas pasadas?
Suspiré. Wendy me guiaba por un túnel de follaje, un sendero que rodeaba los comercios. Ella también se encontraba más relajada en estos últimos tiempos. A excepción de las contadas ocasiones en las que se encontraba con los caballos de los Rondeau. Mi nuevo hogar era tan similar a la vida que llevábamos en el valle. Pero aún mejor, estaba rodeada de amigos. Me daba tanto miedo perder todo esto. Había días en los que me era difícil mantener el optimismo heredado de mi padre. Solo veía oscuridad, y me daba miedo que me envolviera por completo.