¿Cómo llegamos hasta aquí?
I
El mundo está plagado de seres mágicos; si no los ves, es quizás porque no quieres verlos.
Entre los humanos existen quienes llevan en su esencia una pizca de magia, es hereditaria y se trasmite por los genes. No es un gen dominante, sino recesivo, por lo cuál la raza humana tiene una mayor tendencia a ser carente de magia. Hay quienes llevan la magia dormida, y se manifiesta en sus descendientes.
Los poseedores de la esencia mágica son reconocidos por cualquier otro de su misma condición; cada ser mágico de este mundo esta pendiente a encontrarse con uno que aún no ha sido descubierto. Existen, no obstante, “profesionales” en esta búsqueda. En cada país o estado, se establece una Organización Mágica (OrgMag). Es un instituto regenteado por el gobierno a cargo, aislado de las ciudades, generalmente ubicado en una isla, una costa o una montaña. También puede ser a campo abierto, como el de Inglaterra.
Es un edificio que alberga a toda una sociedad, constituida como cabeza gobernante un cuerpo de funcionarios. El Rector con sus secretarios son los guías en esta improvisada sociedad. Dependen de ellos los distintos departamentos, de salud, de educación, de investigación, entre otros. Estos tienen su sede en la Ciudadela Central pero trabajan en todo el país.
La Rectoría, como se les conoce a la administración mágica inglesa, se radica en la Academia, siendo el Rector el responsable de dirigir la institución educativa para los jóvenes "magos" encontrados. Entre sus labores, esta es su principal función. Los niños y adolescentes habitan dentro de los límites de la misma, confinados en el internado. Entre ellos, lo llamaban el Colegio de Hechiceros.
Cuando los hechos que voy a narrar sucedieron, el Rector de ese entonces era un hombre medianamente joven. Erudito en la magia, poseía los secretos de los sabios antiguos. Se presentaba como una figura paterna, de risa fácil y ocasionalmente bromista; era también serio en sus decisiones y firme en sus acciones. Era maestro y juez entre sus estudiantes.
Él reconocía las dotes de sus estudiantes aventajados, familiarizándose con ellos para conocerlos personalmente. Valoraba y felicitaba a cada uno, por esas demostraciones que insinuaban una magia brillante. Fue entonces, cuando un grupo de alumnas sobresalientes establecieron lazos entre ellas. Reconociendo el poder mágico que poseían cada una, crearon la Orden del Árbol Sagrado, valiéndose de información conseguida en libros sobre la olvidada cultura druida. Habían decidido ser grandes hechiceras.
Recibiendo miradas recelosas por parte de la Rectoría, empezaron a suponer erróneamente que estaban haciendo algo malo. El Rector encontró en ellas una fuente de amenaza a su autoridad. El poder le pertenecía, y no pensaba permitir que le arrebatasen sus discípulas. Podía vencerlas por separado, pero unidas eran una fortaleza indestructible. El maestro entonces demostró su otra faceta, el egoísmo y la avaricia que anidaba en su esencia.
Se decidió aislarlas, y por separado, destruirlas.
De sus secretarios, contó con la complicidad de la Consejera -la figura femenina del clan-, con el licántropo que fingía ser un profesor más escondiendo su naturaleza animal, y el pupilo preferido del Rector, al cuál se le consideraba como su sucesor. Este último, mantenía un lazo inestable con una de las jovenes hechiceras, con quien compartió una historia común. Esos eran, por lo menos, los rostros que conocían. Después había otros.
Las hechiceras de la Orden comenzaron a desertar en pares o en solitario, descubriendo que los riesgos las perseguían. Sus sospechas habían sido confirmadas antes de abandonar el colegio, pero solo tomaban real conciencia del peligro al verse expuestas. Cada una siguió su camino, enviándose mensajes esporádicos a través de sus colgantes mágicos con flashes de su realidad, hasta que estos objetos que habían sido hechizados con antiguos ritos druidas recibieron una llamada distinta de una fuente desconocida.
II
El Árbol de la Vida, así como tantos otros árboles, guarda un secreto. Todo el mundo está conectado, lo que sucede en un extremo repercute en otro. Una energía nos rodea estableciendo una conexión que ignoramos y, no obstante, está presente. La existencia de las premoniciones, la intuición o las señales paranormales en realidad son consecuencia de dicha conexión. Las hechiceras sin saberlo habían usado parte de esta magia en sus colgantes, pero había una fuente mayor de la cuál manaba.
El Árbol de la isla es un santuario de magia pura, es un centro que con sus raíces bajo la tierra y sus ramas rozando el cielo mantiene una conexión con todo el mundo. En el interior de su corteza late un corazón que es energía acumulada y viva. La magia se siente en la isla como una descarga de energía eléctrica en todo lugar o rincón.
Los druidas fueron extinguiéndose como tales al correr los siglos, cuando sus dotes fueron criticadas y catalogadas como “magia” justamente por aquellos que la repudiaban. La Isla del Árbol Sagrado se convirtió en una reserva natural de la cultura druida: había quienes disfrutaban de él como su hogar. Se estableció una comunidad que adaptó sus costumbres a la modernidad; la pureza de esta cultura anida en el interior de quienes poseen el linaje druida pero para quienes emigraron de otras tierras para arribar allí, lo que encontraron fue un lugar donde poder establecer contacto con la naturaleza, poder escucharla y respetarla. Porque desde siempre, esta isla ha llamado a quienes poseen vocación de druida. Simples casualidades del destino parecen a veces, otras fueran llamadas a conciencia hechas por druidas de gran poder espiritual.
Así también, quienes no nacen para habitar este hogar lo abandonan al poco tiempo. Es como un puerto, una isla perdida, que solo la encuentras cuando estas listo y que se desaparece cuando no te interesa. Nadie podrá encontrar nunca esta isla por simple casualidad, por encontrarse perdido. Puede que sea magia, pero esta isla sabe a quien abrirle sus puertas.
III
La naturaleza está siendo amenazada desde distintos flancos; el Árbol de la Vida comenzó a marchitarse cuando una epidemia desconocida asoló la isla. Su corazón mágico fue disminuyendo sus latidos. Si el Árbol muriera, la magia en el mundo se extinguiría. Los humanos destruían la naturaleza y los hechiceros hacían mal uso de su don, desconociendo las consecuencias de sus actos. El Árbol agonizaba, y nadie parecía poder salvarla.
Los pocos sobrevivientes se marcharon de la isla para buscar refugio en otros lares, en tanto los elegidos debían tomar una decisión. Ellos reconocían su condición de elegidos porque la fiebre no causaba en ellos agonía, en cambio, los transportaba a un limbo donde las visiones se sucedían. Las de un grupo de chicas que sin sangre druida poseían la vocación, que reunidas bajo un árbol juraban su lealtad y así, un poder tan grande como atemorizante, brotaba de ellas.
No era casualidad, eran ellas las que debían llamar. Sus antepasados así habían llamado a héroes en tiempos de guerra, a sabios en tiempos de incertidumbres; ellas poseían dones para equilibrar y controlar la naturaleza. A veces parecía que la manejaban a su antojo, lo que solo dejaba en claro la magnitud de su poder. Eran las podían detener que la naturaleza cayera en una agonía mortal.
Por eso esperaron que la isla estuviera desierta de habitantes, para llamarlas.
Quizás no lo creas, pero existe una fuente de magia. Hay quienes creen que la magia proviene de tantas fuentes, que existen tantos tipos de magia, y tal vez sea cierto, pero la magia pura, esa que brota como agua de manantial, como los haces de luz del astro sol, es una sola. Se esconde en el interior de un árbol, con un corazón que late, y ese árbol tiene raíces que se extiende por todo el mundo creando conexiones. Por eso no existen las casualidades, porque todo sucede por algo. Porque lo que ocurre aquí, repercute allá. Porque lo que yo hago aquí, afecta allá. Porque si yo grito, alguien de allá me responderá. La distancia y el tiempo son solo ilusiones, en realidad, todos estamos conectados.
IV
Las Hechiceras de la Orden no pueden con su poder mantener con vida al Árbol por tiempo indeterminado. No pueden mantener la vida de la fuente de la naturaleza eternamente. Pues sus vidas no son eternas, ni deben cargar con culpa ajena. No deben mantener estable la vitalidad de la naturaleza si millones de personas del mundo desconocen lo que están haciendo y siguen atacándola. Por eso, se necesita un grupo sucesor para el día que se rindan o que mueran; necesitan descendencia, discípulos, pero no familias de número reducido, sino toda una generación.
Deben buscar una generación de adolescentes que posean la vocación druida, entiéndase por esta, el amor y respeto por la naturaleza. Adolescentes que puedan percibir la magia de lo natural. Y van a llamarlos, y ellos van a ir llegando.
Se les enseñara distintos aspectos fundamentales, se les enseñará a cuidar, apreciar y aprovechar la naturaleza desde tantos puntos de vistas. Aprenderán que la naturaleza está presente en nuestra vida de muchas formas, y sin ella, no hay vida. Se seguirán patrones de la cultura druidas, pero no se les pedirá a los adolescentes ser nombrados como tales a menos de que así lo prefieran y si los profesores están dispuestos a ofrecerles ese rango.
Los adolescentes que llegan a la isla son considerados Aprendices, y optan por aprender algún oficio. Las Maestras Hechiceras de la Orden eligen a nuevos Hechiceros de la Orden como discípulos si es que encuentran alguno que consideran idóneo. El Consejo de Druidas a su vez, acepta o rechaza recomendaciones para nombrar algún nuevo Druida.
Se necesita un pueblo. Sin importar raza, sexo, edad, los latidos agonizantes del Árbol de la Vida llama a quienes están abiertos a responder. En barcas, llegan viajeros solitarios, familias emigrantes, aquellos sobrevivientes que se fueron y desean regresar. Un pueblo que devuelva la vida a la Isla perdida.