Los Cárpatos [2012]

Encontrarme con mi familia era mi destino, no solamente el terrenal. Hacía mucho tiempo que no les veía y aunque era un desterrado las noticias que llevaría a mi pueblo eran tales que sabía que me recibirían. La maldición estaba rota en parte, la mujer para mi existía y la había encontrado; aunque ¿no fue ella quien en realidad me encontró a mi?
Pensar en Sophie me hacía recordarla ese día en la playa, el viento desafiante alborotaba sus cabellos, algo que yo al parecer no podría hacer jamás. Sin embargo mi presencia en la isla era ya casi insostenible con ella allí... tan cerca y tan lejos.
Cuando me había ido definitivamente de Los Cárpatos no imaginaba que la fuera a encontrar, yo estaba destinado a vagar sin rumbo y mi alma en pena parecía complacida con ello. No creía en ese momento en la maldición que según ellos me acechaba por no tenerla, ahora que la conocía entendía mucho mejor a mi pueblo. Tenía deseos de ver a mi madre, de que mi padre se sintiera orgulloso de mi, de que mi pueblo me aceptara como lo que era yo, pero sobretodo necesitaba ver a mi pequeña hermana, la chica que dejé siendo apenas una niña. ¿Sería lo suficientemente grande para haber encontrado a su pareja? ¿Me recordaría?

Al entrar al paso de los vientos localicé sin dificultad al primero de los guardianes, me había acercado por el Este, así que este sería el Atalaya del viento. ¿Quien ocuparía el cargo ahora? Habían pasado mucho años así que yo no esperaba que el viejo guardián estuviera aun vivo y mucho menos en el puesto... me llevaría una sorpresa.

Ethien miraba al horizonte mientras sostenía en la mano la cuerda que salía de la campana, sabía que era demasiado mayor para el puesto, sus ojos antes hábiles ya casi estaban ciegos, sin embargo había sido profetizado que sería él quien vería regresar al maldito una vez, y nadie en su tribu había sido capaz de ir contra lo que estaba profetizado. Había perdido toda esperanza de cumplir con su destino, ese día iba a pedir que se reuniera el consejo, el quería retirarse, era demasiado viejo ya. Cualquier ruido que sintiera debía tocar el cordón, sin embargo cuando Aidan se acercó a él de frente, no hubiera sido capaz de moverse. La sonrisa se extendió poco a poco por su rostro. "El legítimo había regresado"

Una vez que encontré a Ethan y el viejo guardián me recibió con una sonrisa le sonreí a mi vez y me lancé corriendo para abrazarlo. Recordaba perfectamente cuando era pequeño y hacía eso mismo, el viejo Ethien había sido mi preferido incluso por encima de los demás niños de la aldea. Desde mi niñez recordaba que me gustaba pasar el tiempo con el vigilando el Punto Este.
Después de un largo y emotivo abrazo lo tome de los hombros para mirarlo a los ojos. Me gustaría darle la noticia a mi padre de primero, pero Ethien lo merecía, además el era otro de los que integraban el consejo.
-La encontré-

Ethien sentía que ahora podía descansar sin sentir que había traicionado a la tribu, sin sentir que su destino marcado desde el día de su nacimiento se había quedado colgando para una vida siguiente; su alma era demasiado vieja para otra reencarnación. Sin embargo ninguno de esos sentimientos era mayor que el de profunda dicha que sentía. El recordaba a un joven Aidan que lo seguía a todas partes, la carta astral del chico había sido desalentadora y decepcionante para los padres cuando este había nacido; pero Los Carpatianos sabían que ningún hombre podía ir en contra de sus estrellas. Mickaela y Petrovik sabían que su hijo tenía un futuro lejos de esa tierra, un futuro brillante e importante para la salvación de una civilización casi olvidada, aun así saber que su hijo no guiaría a su propio pueblo como era la tradición familiar había sido una espina clavada en sus pies.
El día que Aidan fue desterrado por dejar de creer en la mitad de su alma sus padres lo sintieron más que todos, pero el consejo tomó la decisión porque era evidente que el chico no la encontraría aquí y el estaba destinado a encontrarla, sino su vida se apagaría poco a poco.
-Todos supimos que lo harías, Aidan pero quisimos presionar un poco; siempre has sido bienvenido, tu eres el señor de esta tierra muchacho y harías bien en no olvidarlo. Estamos orgullosos de ti.- Caminando al lado de Aidan el viejo avisó mediante la flauta que siempre llevaba consigo para que alguien ocupara su lugar y el mismo escoltar al chico a la plaza principal del pueblo. Uno de los chicos jóvenes llegó y miró a Aidan largamente reconociéndolo por el parecido a su padre y aun mientras caminaba miraba frecuentemente para atrás con los ojos agrandados de asombro.

Iba caminando sirviendo de apoyo para el viejo Ethien y mirando mis montañas, reconociendo el paisaje que conocía como la palma de mi mano. La mirada curiosa del joven me hacía gracia, aun más cuando casi tropieza y el viejo lo miró regañándolo con la mirada. Aun así nada podía quitarme el extraño sentimiento de posesión de mi tierra y el nervio que sentía por el reencuentro con mi familia. Recordaba perfectamente como lucía cada calle de mi pueblo y sabía que nos dirigíamos a la parte sur, a la hacienda de mis padres.
Lo primero que divisé a lo lejos fue la familiar figura de mi madre inclinada en el pequeño huerto que a pesar del clima se empeñaba en hacer. Una mirada al viejo me confirmó que aun seguía encaprichada en los tomates y me lancé corriendo a la puerta.

¿Y si estaba en el lugar equivocado en el momento erróneo? ¿Cómo podría saberlo? Miré el valle que se extendía a mis pies desde mi posición ventajosa en la montaña, a varias leguas del nivel del mar. El viento helado azotaba sin compasión las ramas de los árboles que se erguían valientes a la tempestad del clima de los Montes de los Cárpatos. A veces me consideraba uno más de esos cipreses, enfrentándome al destino de estas montañas. Mi suspiro se convirtió en vaho.

Llevaba un abrigo de piel que me ayudaba a mantener el calor en un frío tan glacial como el de estas regiones. También un gorro del mismo material, así como una bufanda. Y los imprescindibles guantes. Sinceramente, me gustaba el frío. Me encantaba mi hogar. Amaba mi tierra. Pero...
Todas las chicas tenemos "pero" a nuestra edad. Mamá decía que era propio de la ansiedad por la cercanía de mi cumpleaños número dieciseis. Con mis quince años, solía preguntarle a mi madre si era normal sentir que no pertenecías a un lugar. Papá ni siquiera lo sabía, me mataría si llegaba a insinuarle que no tenía intenciones de vivir en los Cárpatos toda mi vida. Tenía el espíritu inquieto.

Bajé por el sendero trazado por otras pisadas en el pasado, hasta llegar a las laderas donde se encontraba la aldea. Recorrí las calles sin detenerme en los rostros de las personas que pasaban a mi lado; tenía la mirada fija en mis pies. No quería que vieron mis sentimientos reflejados en mis ojos. Siempre odie que eso fuera posible.

Mi confusión de emociones dio paso a una sorpresa aún mayor al reconocer a la figura que estaba en el interior de mi hogar.
-Aidan- musité. Luego me arrojé en sus brazos.-¡Hasta que por fin te dignaste a venir a visitarme!- lo regañé, dándole un merecido golpe en el pecho.

Acababa de entrar a la casa y antes de tener tiempo para llamar a mi madre o ver siquiera a mi padre la sorpresa me la llevé yo al ver a Luan y recibir su merecido regaño. La tomé en mis brazos a los que se había arrojado sin pensarlo siquiera y le dí unas vueltas en el aire. Mi hermana había crecido y de eso no quedaban dudas. La bajé para verla mejor y me alegró comprobar que la chispa de inteligencia y picardía en sus ojos seguía brillando si acaso más posible que antes.
Besé sus cabellos y los alboroté en un gesto que a ella siempre la había molestado. -Luan- dije por el simple gusto de estar dirigiéndome a ella y tenerla ante mí.

Mi madre había entrado desde el patio y tiernas lágrimas se derramaban por sus ojos al ver a sus dos hijos abrazados en la sala antes vacía de su casa. Por el rabillo del ojo vi al viejo marcharse -hacia el Consejo suponía- y le hice un guiño al cual respondió. Después de eso la presencia de mi padre en el salón calmó la atmósfera alegre por unos momentos.
-La encontré- fue lo único que salió de mis labios y mi padre sonrió antes de que él y mi madre corrieran a abrazarme.
Por primera vez me sentía en casa, en mi hogar y rodeado de mis seres queridos sin fantasmas de por medio.
Sabía que me quedaban muchas cosas por decir y preguntas por responder pero estaba feliz, ellos eran mi familia, algo mío por derecho, y lo más importante Sophie era real, ella existía para mi aunque no pudiera tenerla.


Ver a su hijo, su primogénito en casa y esa luz de realización en sus ojos le dio las respuestas que necesitaba. Sin embargo escucharlo de sus labios hizo que se sintiera mucho mejor. Su amada esposa, su eterna compañera a la cual encontró a temprana edad y con la cual el se había hecho el hombre que era, ella, estaba a su lado y su pequeña estaba también con ellos.
Cuando los miraba el alma le dolía, sin embargo sus cartas de nacimiento lo dejaban claro y triste pues el suponía que al venir de una larga serie de Jefes sus hijos seguirían sus pasos. Su madre y él sabían que serían ellos los que seguirían sus pasos a una tierra lejana, pero no debían decir nada sino dejar que el destino siguiera su rumbo. Por el momento debían seguir allí y esperaban no tener que separarse tan pronto de otro hijo.
-¿Donde está ella?- preguntó Pretovik curioso con miles de preguntas por hacer pero para aclarar esa mirada de Aidan, la misma que tenía de pequeño cuando creía que les había fallado. Detestaba ver a su hijo triste y esperaba que su compañera fuera tan digna de él como él de ella.
Se habían sentados dentro de la sala con las puertas cerradas esperando disfrutar de intimidad. Luan era aun pequeña, pero las conversaciones de familia se tenían en familia sin importar la edad de sus miembros. El salón estaba tibio por el fuego brillando en la chimenea y ellos estaban todos esperando su respuesta acomodados en los muebles.


Acomodados como estábamos en el Salón aun mantenía a mi hermana a mi lado y a mi madre en el otro lado, no quería soltar a ninguna de las dos.
La pregunta de mi padre la veía venir, era lo siguiente que cualquiera preguntaría cuando uno le decía que había encontrado al amor de su vida... -Es complicado- les dije a todos y pasé a narrarles la búsqueda de las mujeres en la Isla, mis padres ya conocían a Jake y sabían de la situación, les comenté de esa magia que ellos no conocían y de lo hermosa que podía ser manejada por mujeres que lo hacían cuidando la naturaleza y para el bien. Sin darme cuenta fui explicando mi ilusión cuando comenzaron a llegar ellas y mi posterior decepción y dolor cuando ninguna era la indicada. Sentía el cariño de mi madre mientras ella sostenía mi mano y mi padre me demostraba su comprensión. Al llegar al momento en el que Sophie entró en mi vida paré pues no sabía como narrarlo. -Me dijeron que una maestra de ellas iba a llegar y me imaginé a una señora mayor, con canas... pero llegó ella en cambio, y es lo más lindo que he visto en mi vida, supe al momento de que se trataba de ella. Su nombre es Sophie y creo sin lugar a dudas que es la persona más dulce que puedan encontrar en el mundo. Se protege con una capa de un metal precioso, -su alma digo- podría parecer inalcanzable y se muestra accesible pero lejana, es preciosa, elegante, calmada y lo más importante: Yo no le impresiono demasiado- Mi madre como era de esperar comenzó a buscarle defectos y a decir que mucho se creía, mi hermana soltó un bufido y mi padre no dijo nada mirándome fijamente esperando a que yo siguiera mi relato.
-Me temo que mi papel ha quedado por el suelo, lo único que consigo es pedir perdón a cada minuto que paso con ella, me he portado como un débil de espíritu, cosa que ustedes saben que no soy, pero la tristeza me había cobrado su cuota y ella era el paraíso deseado. Es más difícil aun impresionarla con la casa que hice, con mis características físicas, la verdad estoy totalmente perdido pues Sophie no puede ver, ella es ciega.-

Al momento de decir esto mi madre cambió su mirada, por una de compresión y de protección, yo podía estar seguro o al menos casi seguro de que ella protegería a mi Sophie incluso de mi mismo si pudiera. -No se equivoquen, es una mujer capaz, estoy orgulloso de lo que ha logrado a pesar de que ella no puede ver, no la creo menos, al contrario me parece un ejemplo de fuerza y de voluntad. Pero todo eso da igual pues no cree en el amor, ella conoce lo que soy y quien es ella para mi pero cualquier palabra relacionada la hace alejarse completamente de mi.-


Petrovik se paró de donde estaba sentado para caminar de frente por la chimenea hasta pararse a un costado. -Dime una cosa hijo mío, si tu mismo no te sientes orgulloso de tu papel de hombre frente a tu mujer ¿como quieres que ella lo haga?. Cuando yo empecé a rondar a tu madre ella- dijo mirándola y sonriendo- ella se había convencido de que amaba a un gitano que andaba de paso aquí y no sólo no me miraba, yo le daba exactamente igual.-
Miraba a sus hijos y sonreía sabiendo que era difícil imaginar algo como eso siendo como era Mickaela una mujer enamorada de su esposo, completamente enamorada hasta la eternidad.
-Mickaela no me prestaba atención y yo me encontraba en tu misma situación pues cuando nos enamoramos de una mujer nos hacemos tontos de remate pero a la vez locos de remate y justo eso fue a lo que apeló tu abuelo. Yo la perseguía, la besaba contra su voluntad y después me quedaba delante de ella dispuesto a recibir mi castigo- Petro se viró hacia su hijo para decirle directamente. -Ella golpeaba duro pero yo seguía insistiendo, el día que me dijo que se iba con él yo la rapté.- confesó finalmente delante de su hijo e hija.
Su madre habló por primera vez ante la cara de horror de sus hijos. -Dejen de mirar a su padre de esa manera, si yo me hubiera querido ir con ese gitano ni siquiera se lo hubiera dicho, es solamente que me había enamorado de su padre.- parándose se puso al lado de su marido para besarlo. -Yo no sabía como decirle y mi orgullo me impedía así que... ya ves Aidan, mi hijo, ella no quiere a un hombre dulce en su vida, ninguna lo quiere en un principio, ella es una mujer y como todas solamente se rendirá ante un seductor, nunca creí que dijera esto pero... no te comportes honradamente, el corazón de una mujer no se pide, se roba.-

Yo no sabía que decir ante esto y me quedé callado creo que tan pasmado como mi hermana.

Me elevé en el aire cuando mi hermano me tomó en brazos para darme unas vueltas. Grité entre risas, feliz de tenerlo conmigo otra vez. Si él supiera todo lo que había pasado desde su partida; deseaba contarle tantas cosas, compartir con él mis preocupaciones. Lo admiraba por su sensibilidad y la capacidad de escuchar pacientemente a los demás. Lo había necesitado tanto en los últimos años.
Mamá entró en la sala, emocionada por el regreso del hijo pródigo. Puse mis pies en la tierra y me quedé en silencio, apartándome un poco de Aidan, para permitir el reencuentro entre los dos. Suponía que ella también tenía muchas cosas para decirle. Papá llegó un instante después.

Yo sabía lo mucho que ambos sufrieron por la ausencia de Aidan en el hogar. Eran unos padres amorosos que me consentían, puede que en ocasiones mi padre era algo estricto, nada con lo que no pudiera lidiar. Pero nunca pudimos fingir que nuestra familia era solo de tres miembros. Aidan nos faltaba. Me uní al abrazo colectivo con un brazo cruzando el cuello de mi hermano mayor y otro rodeando la cintura de mi madre.

Me acomodé al lado de mi hermano en el sillón para la charla familiar que debíamos tener a puertas cerradas. ¿Quien era la mujer de la que hablaba mi hermano? ¿Cómo podía ser posible que encontrara a su compañera en unas tierras lejanas a los Carpatos? Ese pensamiento encogió mi corazón por la ansiedad,... entonces podría marcharme, sin el riesgo de renunciar a la única posibilidad de amor en mi vida. Eran ideas locas, románticas y para nada acordes a la situación, por lo que me concentré en Aidan para escucharle describir a su amada.
-No todo podía ser tan bueno- bufé por la desilusión de saber que ella no le correspondía.

Así que la mujer era ciega. La imagen de dama fría se suavizó, y la imaginé con una mayor compasión, como una muchacha que simplemente desconfiaba de las intenciones de mi hermano pues en otras partes del mundo, una declaración de amor no era algo tan sincero como en mi tierra. Eso leía en mis libros de importación. Solo era cuestión de tiempo, él lograría convencerla de su sentimiento...

Papá decidió brindar su consejo ilustrándolo con la historia de amor de él y de mamá que yo solo conocía en fragmentos. Me quedé sorprendida por el método de conquista que empleó mi padre, reconociendo que los protagonistas de mis novelas poseían igual arrogancia, pero yo no sabía si permitiría que un hombre se tomara semejantes libertades sin pedirle luego a mi padre que lo decapitara. ¿Dónde habían quedado los buenos modales y la caballerosidad? ¿Cómo era posible que una mujer deseara a un seductor arrogante en vez de mi dulce hermano? Luego intervino mamá dando un poco más de coherencia a la historia, pero no tanta... el amor no era para nada coherente...

-Si, estoy de acuerdo en eso. Lamentablemente, es verdad.- opiné, con todo el descaro que había adoptado por los años en que mi familia me permitió compartir mis opiniones sin callarlas, por más ingenuas o tontas que fueran-Nadie quiere lo que tiene a su alcance, sino lo que está lejos. Yo no se si en otras partes del mundo, las personas pueden reconocer a su alma gemela como lo hacemos aquí. Puede que quizás ella es incapaz de reconocerte. Por lo que no puedes declararle tu amor esperando que ella te diga que sí. No le digas que la amas, enamórala.- lo miré a los ojos tomando su mano-Pero no te aconsejo que la acoses en cada rincón, mamá sabia que amaba a papá a pesar de que su orgullo se interponía, pero a Sophie podrías asustarla. Creo que con cuatro o cinco besos robados será suficiente.- le acaricié la mejilla, sonriéndole.

Petrovik miró a su hija alzando una ceja, ¿acaso era posible que ella hubiera crecido tanto sin que ellos se dieran cuenta? Miró a su esposa esperando encontrar las respuestas en su mirada pero Mickaela sólo sonreía. Cuanto se había perdido en realidad por sus obligaciones....
Se sentó en el sillón de la esquina e invitó a su hija a sentarse en el brazo del sillón, contento de tenerlos allí a los dos, sabiendo que no tardaría el día en el cual los dos estarían lejos, aunque su esposa y el estaban claros sobre que ellos los seguirían a ambos.
-Tu hermana tiene razón Aidan- resumió finalmente mientras su esposa se sentaba al lado de su hijo. -Quizás la chica esté asustada ante la idea, mucho más si ella no fue criada para encontrarte. Me parece que su seducción será con calma, y tendrás que reinvertarte cada día tus métodos en base a enamorarla con pruebas y errores hijo mío.-

Mickaela estaba segura que su hija estaba cada vez más lejos de allí en su mente, ansiosa por darle alas a su espíritu aventurero y quedaban muchas cosas por hablar por lo que sugirió que fueran todos a la cocina donde había una pequeña mesa de madera para que ellos se sentaran mientras ella cocinaba el pan que le gustaba a Aidan y la carne en salsas para darle gusto a su primogénito. Una vez que el agua comenzó a hervir en los fogones comenzó a hablar.
-Hijo creo que tienes un camino difícil por delante pero tu familia confía en ti por lo que te damos este obsequio.- conluyó mientras se quitaba su anillo, un anillo que cada madre se había quitado por generaciones para dar a sus hijos a la hora en la que estos encontraban a su mujer. -Déjale muy claro que tus intenciones son hacer de ella la mujer más feliz siendo tu esposa, a ti te parece obvio pero ella no lo sabrá hasta que lo digas-

Sonreía por el afecto de Luan, por el ánimo de mi padre y sobre todo por la confianza que depositaba en mí mi madre.
-Gracias, les agradezco mucho todo este amor, pero díganme cuando piensan mudarse conmigo.- era difícil pero la pregunta debía hacerla. Sabía que mi padre aun tenía obligaciones, y mi madre estaría siempre con el, pero todos sabíamos que Luan no era un alma de esta tierra y buscaría su destino fuera. Cuando ella nació y su Carta Astral se hizo me alegré mucho de que dijera que ella se iría, yo me sentía menos solo, mi destino no era el único que estaba fuera de allí. Pero con el tiempo entendí que eso sería para ella la misma maldición que para mí, aunque tenía que reconocer que su alma era mucho más aventurera que la mía.

Acepté la invitación de mi padre de sentarme a su lado, rodeando sus hombros con mi brazo en un gesto cariñoso que solo me permitía con mis familiares más cercanos. Me sentí orgullosa de que considerara mi comentario como cierto, aunque a veces creía que mis padres eran capaces de darme la razón solo por no criticarme. Sabían que odio las críticas y me las tomo muy mal.

Seguimos a mamá a la cocina, yo tomada del brazo de papá. Mientras ella cocinaba para Aidan, como buena hija que era, me encargué de limpiar los utensilios usados que estaban sobre la mesada. Lo mío no era el arte de la cocina, así que me limitaba a ser ayudante de la cocinera.

Mi hermano tenía en sus manos el anillo que mi madre le había legado para su amada. ¿Quién iba a creer que llegaría este día? Hasta ayer, me conformaba con soñar que Aidan regresaría en el futuro. Y ahora estaba aquí, había encontrado a su dama, y... ¿había llegado el momento de partir? En los últimos tiempos llegué a creer que las predicciones que se hicieron sobre mí se cumplirían de una manera tan trágica como le sucedió a Aidan, que me atemorizaba confesar lo mucho que soñaba con viajar fuera de las montañas.
-Pero espera el momento indicado, ¿si? No te dimos tantos consejos como para que regreses y de una, le pidas matrimonio.- le advertí.

La esponja espumosa que sostenía con mi mano derecha se detuvo en el aire cuándo escuché la pregunta de mi hermano. Me quedé expectante, de espaldas a mi familia para que las emociones en mi rostro no me delataran. Si mi padre decía que no, o que debíamos esperar más tiempo, me dije mi misma de que era demasiado cobarde para objetar algo. Y si decía que sí,...

Por primera vez en muchos años solté una carcajada y eso fue solamente logrado por el último comentario de mi hermana. En el pasado reía mucho, inlcuso se puede decir que solía ser algo travieso, al parecer una vez que había encontrado a mi amor me había encontrado a mi mismo nuevamente. -Entendido- sonriendo aun levanté mi mano para prometerlo. -No sabía que eras tan entendida en este arte de seducir Luan- le respondí para picarla un poco. El siguiente silencio que siguió me pareció tan opresivo, tan escandaloso como puede ser el silencio absoluto.
Mis padres se miraron y me pareció distinguir una conversación de esas que las parejas tienen cuando son capaces de comunicarse con sólo una mirada.

La pregunta de Aidan no tomó por sorpresa a Petrovik ni a su esposa, ambos sabían que esto ocurriría y aunque sus hijos no lo supieran ambos estaban esperando este momento hacía muchos años. Luego de que Aidan se fuera los años marcaban más duros, estaba casi todo listo y sin embargo aun faltaba dejar a su pueblo organizado en manos de su nuevo jefe de clan. Mickaela sonrió, quizás otros padres no lo harían, quizás ser jefe de su ente fuera más importante para ellos pero Petro y ella sabían que algo así vendría desde que sus hijos fueron creciendo.
Las obligaciones hacían que el padre de Aidan debiera quedarse quizás unos meses más con su pueblo, le debía eso a su gente y cumpliría su deber antes de irse definitivamente. Cuando el raptó a su Mickaela supo que seguiría a esa mujer a donde lo llevara el mundo, ella era la mitad de su alma pero alejarse de sus hijos había sido demasiado duro, quizás mucho más que estar ellos lejos el uno del otro. Iban a responder a su hijo que muy pronto cuando la mirada de su esposa se desvió a Luan.
Mickaela sabía lo que debía hacer y sin embargo le dolía, separarse de su pequeña sería doloroso para ellos pero Luan no pertenecía allí, y cada día la chica exploraba un poco más lejos de la aldea, como un pajarillo que intenta explorar los límites de su jaula. Su mirada devió transmitir sus pensamientos a su esposo ya que este se levantó para abrazar a su mujer.
-Hijo mío tu madre me obliga silenciosamente- sonriendo besó a su esposa, devoto como sólo un hombre locamente enamorado puede ser. -Nosotros nos iremos en unos dos meses, esperábamos que fuera más tiempo, pero puedo hacer un sacrificio de tiempo para mi gente y trabajar más duro, a fin de cuentas no podemos estar alejados de nuestros hijos tanto tiempo y hemos decidido que tu hermana vaya contigo ahora.-
Una vez que la respuesta del patriarca finalizó ambos padres fueron a abrazar a Luan. -Sabemos que lo necesitas hija mía y te apoyamos, te seguiremos rápidamente.

La respuesta de mis padres me dejó atónito, esperaba sino una negación de que no era el momento al menos un aplazamiento. me levanté como un resorte para mirar a mi hermana. Tomé su barbilla en mi mano. -¿Quieres?- pregunté mientras sonreía a mis padres y transmitía mi agradecimiento. Sin embargo mi hermana era lo más importante en estos momentos por lo cual la cargué en mis brazos para sentarme en la silla de nuevo. -La isla es mágica Luan, con un clima diferente, me gustaría que te unieras también a las Hechiceras y sus hijas casi de tu edad, que compartieras esa magia, que tuvieras el Universo ante tí, y poder cuidarte con mis hermanos Druidas, pero tu decisión es lo más importante pequeña... Tu puedes escoger.-

-Libros y libros, puedes estar tranquilo.- respondí a mi hermano por su pulla sobre mi sabiduría en el arte de la seducción.
Se me daba bien aconsejar a otras personas, pero era incapaz de seguir mis propios preceptos. No me inquietaba por ser poco "enamorable" a los ojos de muchos chicos de la aldea, se suponía que al cumplir los dieciséis años encontraría al amor de vida, ¿o no? Y otra vez mi mente recordándome mis complicaciones...

Se me cayó todo lo que tenía en las manos, con un estruendo que no escuché. Cuando mamá y papá se acercaron para abrazarme, me dejé rodear por sus brazos sin poder responderles hasta un segundo después, cuando la sorpresa dio paso a la certeza.
-Oh, por Dios- musité con alegría mal disimulada.
Me aferré con ellos con fuerza.
-Gracias- susurré en el oído de mi papá.

De los brazos de mis padres pasé a los de Aidan. Asentí con efusión cuándo me preguntó si deseaba ir con él. Sentada en su regazo, le rodee el cuello y comencé a llorar como una tonta. Pero las lágrimas rodaban en silencio por mis mejillas hasta mojar las solapas de su camisa. Me contó como era la isla, y yo ni siquiera podía oírlo con claridad. Los pensamientos estaban como remolino en mi mente.
-Si, hermano, sí, yo quiero ir contigo.- contesté, y luego miré con cautela a mis padres.-Pero deberá regresar, ¿verdad? Cuando cumpla dieciséis años...- mi voz se fue apagando.

FdR: Claro que regresará, a no ser que encuentre al amor de su vida antes. ^^

Después de que Luan abrazara a mis padres y se sentara conmigo ambos salieron de la cocina ofreciendonos privacidad.
-No temas Luan, según lo que supimos cuando naciste tu tampoco perteneces a esta tierra, pero eso establece que no encuentres al amor de tu vida, tal como yo lo encontrarás, si es aquí o allá nadie lo sabe. Lo que tenemos claro es que tu necesitas viajar, necesitas salir, explorar, y hemos estado preparándonos para este momento-

Cariñosamente pasé mis manos por su cabello. Luan había sido y seguía siendo mi persona favorita en el mundo, la primera vez que la tuve en mis brazos me juré protegerla siempre y eso era lo que intentaba hacer.
-Quiero que aprendas magia Luan, conocí a una mujer que me dijo que todos podiamos desarrollar ciertas habilidades. Esta mujer es una de las hechiceras, hemos hablado poco pero nos conocemos como las almas que reconocen a otras. Es una hechiera poderosa y tengo la intención de ponerte a su cargo, además ella tiene una hija contemporanea a ti, que también deberá aprender. Necesito que me des tu palabra de que te esforzaras. Quiero que independientemente de lo que la vida tenga guardado para ti, tu seas fuerte, poderosa y capaz.-

Es un gran trabajo el hacerme cargo de mi hermana pero tenía planeado hacerlo bien.

^{Fdr: Puedes cerrar el rol si quieres ya para que puedan regresar.}

Papá abandonó la cocina seguido de mi mamá para darnos unos minutos a solas. Con el dorso de la mano seguía limpiando las lágrimas que se deslizaban por mi rostro rebeldes a mi voluntad; un paroxismo se liberaba en mi espíritu. La expectativa de una tierra lejana, de un lugar más allá de las montañas. Podía sentir elevándome, rompiendo cadenas invisibles, abrazandome a la promesa de libertad. Recosté mi cabeza en su hombro mientras sus manos me acariciaban el cabello, brindandole paz a mi tempestad interna.

Me abracé a su pecho, mojando su camisa con las gotas de agua salada que aún colgaban de mis pestañas. Conocer un mundo que se extiende más allá de los límites de la aldea. Mas allá. Mas lejos del lugar, del hogar, que ya conocía. ¿Estaba lista para el cambio? Para abandonar la costumbre de mi pueblo, las ideas que me habían inculcado de pequeña, la vida predecible que me esperaba en el futuro si me mantenía en la aldea, ¿estaba lista? Si. Había llegado el momento de emigrar. Nunca me había sentido capaz de adaptarme al molde de los Cárpatos. Ellos hablaban de un amor para toda la vida, del alma gemela,... yo -romántica y soñadora- lo esperaba. Pero mi alma y mis pies de trotamundo me decían que no estaba aquí.

-Te prometo que seré una buena aprendiz, hermano. No faltaré a clases y me leeré todos los libros que mi maestra me diga. No te decepcionaré- aseguré con vehemencia.

Lo abracé fuertemente por la cintura, permitiendo que la alegría se deslizara como líquido mágico por la sangre que corría por mis venas.