Charla en la cocina - Diana & Raphe

Vienen del pasillo

Seguí a Diana a la cocina sin fijarme siquiera en mis alrededores. Contrario a lo que muchos pudieran pensar yo no cruzaría las líneas con ella. Llevaba dos años escapando de ofertas más descaradas, con mujeres menos bellas es cierto pero ofertas al fin y al cabo.

-Diana- la llamé mientras la tomaba del brazo y le sonreía. -Un caballero como creo que soy no le hace daño a una dama, tu y yo estamos jugando y esto no debe pasar de ahí. Si yo te beso ahora, si te hago mía finalmente las cosas cambiarían drasticamente. Me reconozco demasiado posesivo para aceptar tus juegos con los demás, para aceptar miradas perdidas o coqueterías sin sentido y tu no quieres perder el derecho a eso. Además si yo te beso, haría daño a la chica a la que juré proteger desde que era una niña y creo que primero prefiero estar muerto que hacer daño a una de ustedes en general y a ella en particular-

Reconocía su poder como mujer, nunca dejé de hacerlo. Pero también reconocía que jugaba conmigo, yo era divertido para las pullas, pero no era el hombre que la hacía sentir emociones fuertes. -Ninguno de los dos quiere un cariño pálido, estoy a tus pies como siempre pero no caeré en el juego por razones absurdas que pongan mi cariño por ti en una cazuela de barro.- Finalmente besé sus mejillas y la acerqué a mi para un abrazo y dando una palmada en su trasero con fuerza le sonreí y me alejé para sentarme en una silla.

Desde el momento en que Raphael puso un pie en la cocina, se notó que deseaba huir en sentido contrario. El juego amenazaba con desmoronarse, en caerse a pedazos entre restos de mi coquetería y el ego de los dos. Pero yo no jugaba con el azar: yo siempre iba a por ganar. Y todavía no declaraba perdida esta partida. Lo escuché con atención, y aunque la sartén que colgaba cerca llamó mi atención como arma homicida, me negué a que mis impulsos infantiles me manejaran. Por eso me tomé en serio sus palabras. Me encontré sonriéndole, quedamente sin invitaciones secretas. Con comprensión y sinceridad.

Lo seguí cuando se sentó en una de las sillas que rodeaban a la mesa de madera. Me senté sobre sus rodillas rodeando su cuello con mis brazos mientras peinaba su cabello negro.
-Rafe,... cuando te dije que no buscabas jugar me refería a que estas demasiado mayorcito para simples flirteos, supuse que tenías otro interés. Uno más claro y puntual- le regalé una sonrisa ladeada, y continué:-Y quiero que sepas que si buscabas algo más, yo no me hubiese negado. Te traje hasta aquí, ¿no? Pero tampoco buscaba algo más. Para mí todo es juego. Y si no me negaba es porque yo no tengo a quien respetar,... te pregunté si había otra mujer y no me contestaste. Esperaste a llegar aquí para decirmelo- no era un reproche, tenía la voz suave y me limitaba a señalar los hechos.-Entonces, ¿tu si tenías una victima entre el público? ¿Ana, no?- acaricié su mejilla con mi mano derecha, recorriendo sus cejas hasta su barbilla.-Puedes contarmelo, si quieres...

Todo lo demás que ocurrió fue como un reloj, lo escuchas, sabes que está alli y no puedes verlo. -Cuando te dije que no había, te decía la verdad. Cuando ella era una niña juré protejerla y jamás imaginé que terminaría protegiéndola de mi mismo- me sinceré como Diana merecía.
-Pero cuando te dije que no jugaba para darle celos a nadie lo dije en serio, no sería capaz de utilizarte para eso jamás. Cuando nos conocimos Diana los dos nos reconocimos como si siempre lo hubieramos hecho, incluso aunque eras una niña, yo deseaba hablar contigo y tu me mirabas coqueta. Hubo química y la hay no nos niegues eso.-La miré sentada encima de mi, diferente a la chica que un día ela había sido. -No había una víctima para mi más que yo mismo. Por mucho que yo quiera protegerla de mi mismo a veces pienso que ella me busca pero si de algo estoy seguro es que ella no está preparada. No creo que ninguna de ustedes lo esté.- confesé pensando en mis maneras sobre el sexo. -Yo sé perfectamente que podríamos tener una gran fiesta aquí, este juego es tan viejo para mi que a veces creo que lo inventé yo mismo, pero tu vas mucho más allá del juego mismo y yo no podría domesticarte jamás, mi sentido de la posesión quedaría por el piso y sin embargo... creo que ambos nos merecemos una despedida a esa química ¿no?-
Sin más comentarios la alcé en mi brazos para ponerla de pie frente a mi y rapidamente bajé la cabeza para acaparar sus labios con los mios en un beso posesivo. Empujándola la fui llevando a la meseta de la cocina hasta que alzándola por las caderas la subí encima para seguirla besando. -Esto es un Adios, bésame por dos segundos más antes de que mi consciencia me gane.-

La situación con Raphael parecía muy diferente a con Myles, que había intentando acaramelarme con su mirada y su beso en la sala. Pero en el corazón de ambos había otra mujer. Y eso era lo que pedía, sinceridad. Que lo reconocieran. A partir de hí, podíamos establecer las condiciones de la relación que nos unía. Si Myles me confesaba su amor por Valen, yo podría aceptar prestarme para darle celos, pero sabiendo como era la naturaleza de nuestra relación. Que solo era un trato. Con Rafe declarándome su amor por Anastacia, sabía que podía tomar de él lo que deseara -y lo haría, al fin y al cabo, Anastacia no figuraba en mi limitada lista de amigas- pero que su corazón era inalcanzable. Tampoco lo quería. Yo no ponía al mío en juego. Al conocer a Raphael con quince años, me encontré con un hombre que personificaba todas mis ilusiones adolescentes. Era el amor platónico, lejos e imposible, de toda chica. Y yo ahora ya no era más una niña, podia acortar la distancia. Mi corazón no estaba en juego, no, solo mi ego. Mi bendito ego.

-Quizás, lo que sucede, es que hasta las niñas reconocemos algo en tí.- besé la punta de su nariz-Eres un imán para las mujeres, eso es lo que pasa. Porque no me sorprende que Anastacia perciba tu magnetismo. Ni te niego que quedé encandilada contigo al conocerte. Puede que esa química de la que hables... quizás sea el deseo que se huele. Es vanidad, amor propio. El saberse deseo, y en consecuencia, desear.- y tomé su cara en mis manos para decir con seriedad:-O puede que no sea nada, que te estés inventando excusas que justifiquen porque estás aquí. No me molesta que estes conmigo para huir de Anastacia. Tranquilo, cuando estes conmigo, te olvidarás de ella. Y no habrá nada más que esto, toma lo que hay sin hacer preguntas ni pensar en consecuencias. Y es solo un juego, solo juega un rato...
Y entonces me encontré con sus labios besando los míos. Me agarré a su cuello para atraerlo aún más, con mis dedos en su cabello. Terciopelo negro entre mis dedos. Con un gemido lo invité a avanzar abriendo los labios. Por culpa de una niña no iba a renunciar a una oportunidad de oro como esta. Jamas. Que ella esperara diez años como yo; que se hiciera vieja esperando. Yo lo disfrutaría por el momento que durara. Lo besé con urgencia y ferocidad, rodeando su cintura con mis piernas para impedirle escapar. No tenía la intención de dedicarle solo dos segundos.
-Olvidate del tiempo, Rafe, no escuches a tu conciencia...- murmuré contra su boca.-Es solo un juego, no hay malo en esto. Disfrutalo mientras dure, lo que dure.
Dejé que mis manos vagaran por su cuello, sus hombros y por sus brazos, mientras seguía depositando besos en sus labios. Temía que si rompía ese contacto se rompería también el hechizo.

-Tu podrías hacerme olvidar hasta mi nombre, no hay duda de eso- le dije en un intermedio de ese beso que sabía a volcán y que nos estaba consumiendo. -No dudo que me hagas olvidar a una mujer, es solo que...- Me separé de ella y la bajé de la meseta mientras besaba sus ojos. -Diana, tu has sido mi pequeña amiga y no te puedo mentir...Yo no quiero olvidarla.-

La cargué en mis brazos y la senté en una silla. -Un día un druida va a matarme por haber probado los labios, pero no creo que vaya a arrepentirme, no creo que llegue el día en el que me arrepienta de haberte probado aunque fuera una vez.-Me puse manos a la obra haciendo un té, tal y como le gustaba a los ingleses, lo serví en dos tazas de porcelana y a ambos les puse un poco de coñac mientras le guiñaba un ojo. -Toma tu té mi belleza salvaje, no sé porque creo que un día de estos me vas a pedir otro beso y esa vez para molestar a uno de estos druidas... y lo haré con gusto, maldita sea si lo haré con gusto. Pero hoy no, no vamos a jugar por jugar tu y yo, hace tiempo que somos mucho más que eso.-

Finalmente y cuando hubo finalizado su té la cargué en mis brazos para acariciar su pelo. -Te quiero Diana, yo huiera sido un hombre feliz si el camino nos hubiera juntado a los dos. Sé que eres una mujer fuerte y orgullosa pero incluso las mujeres así justo como mi madre necesitan un hombro un día, un confidente, yo no puedo pretender ser más para ti, pero espero ser esa persona. Yo sé que es un pequeño consuelo pero espero que me baste haberte perdido porque nunca te tuve.... y Ana si, ella tiene mucho más que mi alma pero yo la verdad no creo un día esto pueda ocurrir, sería perder mi honor mientras la daño... mis maneras, el sexo con ella, eso acabaría con su inocencia... yo no puedo.-

Me desplace con Zack fuera de sala para darle más espacio a Thera, que necesitaba conversar a solas con su hija y con el padre. Imaginaba todo lo que debía estar sintiendo en ese momento, la reunión se había hecho con el objetivo de relacionarnos mas con los habitantes de la Isla y había terminado en la revelación de secretos importantes, si es que había terminado.

Tuve ganas de hablar con Nathan pero aún no llegaba a la reunión, me detuve pensando en salir a buscarlo o no y finalmente opte por quedarme donde estaba. No sabía si necesitarlo de aquella forma era un buen síntoma, no sabía si enamorarme nuevamente era una buena idea. Ahora que veía de la forma en que Lucien había reaccionado, tenía miedo que los otros llegado un momento determinado fueran a ser iguales. No me agradaba aquel hombre para padre de Halley pero eso no era algo que se pudiera remediar. Lo hecho, hecho estaba.

Camine por el pasillo con mi lobo al lado sin saber para donde ir hasta que fui a parar cerca de la cocina donde escuche voces familiares, entre ellas la de Raphael. Abrí la puerta de un golpe suavemente y me encontré con una escena algo extraña. Raphe tenía cargada a mi hermana sobre sus brazos y de la forma en que ella lo miraba….:

-¿Interrumpo algo?- pregunte sorprendida.

Y el hechizo se rompió. Para mí el deseo era un fuego que se caldeaba lentamente. Una sensación que nacía de la nada pero se incrementaba con las caricias y el roce. Nunca llegué a sentir un deseo abrumador como lo describían otras personas. Tal vez fue por eso, que cuando se quebró el contacto con Rafe, la lujuria murió un instante después. No pensaba obligarlo a seguir. Sus palabras estaban perfectamente elegidas para no herir mi vanidad, y sin embargo, entendía el rechazo. El amaba a otra. No era una certeza que me lastimara, que me doliera profundamente como herida de amor; yo no lo amaba. Y la atracción propia de una mujer y un hombre nos había llevado a un estúpido espejismo de pasión, que no era más que una emoción vacía. Vulgar lujuria. Y comprendiendo el fracaso, no había nada que hacer.
Juntando los pedazos de mi dignidad, me revestí de ellos para afrontar las palabras de Raphael. Empujándolo suavemente, me alejé de él uno, dos, tres pasos, hasta quedar a una distancia considerable. Mis ojos se tornaron fríos, como minutos antes cuando el me abordó en el pasillo y yo lo había ignorado sin sospechar de su interés. Un falso interés, así que no había estado tan errado en un principio creyendo que Raphael no se encontraba interesado en mí.

-Rafe,- dije con voz sombría, todo rastro de la mujer apasionada de minutos antes había desaparecido, como si me hubiese desprendido de un disfraz-No te preocupes demasiado por la inocencia de una niña, tarde o temprano todas terminamos convertidas en mujeres. Puedas quitarsela tú o se la quitará otro.- con ese último consejo me volví hacía la puerta de la cocina en el momento preciso en que mi hermana entraba.

Me avergoncé interiormente por mi conducto de segundos antes pero de solo imaginar que Claude podría haberme descubierto. No obstante, mantuve mi expresión vacia sin dejar que el sonrojo del bochorno se extendiera por mis mejillas. Estaba por encima de la vergüenza.
-Nada. Ya terminamos.- cerré la puerta detrás de mí.

Una de las puertas cercanas era la de mi despacho, así que luego de dar dos pasos, entré allí.

Me sentí tan bastardo como el peor de los hombres, nada quedaba de mi honor y solo vergüenza podía sentir por mi comportamiento. Yo la deseaba, la química entre los dos era muy fuerte, esa bruja tenia un perfume que me hacia ponerme de rodillas desde que ella tenia 15 anos. Mis rodillas débiles le decían a mi corazón que no sufriera por un imposible, yo podía amar a Diana y quizás ella podría amarme a mi y sin embargo...
No se puede confiar en un corazón cuando ya no nos pertenece, el amor funciona como un mecanismo perfecto con un ajuste de cero errores, Anastasia estaba clavada en mis pupilas como un recordatorio.
"Puedas quitársela tú o se la quitará otro"
La frase reverberaba en mis oídos y me puse de pie en el momento en el que ella salia sin decirle nada, a veces el silencio era mejor respuesta. Me maldije una y mil veces y mire a Claude tan derrotado como me sentía.
Estaba a punto de intentar manejar el destino a mi antojo y escoger a otra mujer, porque sabia que era eso o de ese momento en adelante vivir traicionando a mi mejor amigo.
Diana era una mujer que me subyugaba y sin embargo sabia que eso pasaba porque aun no había probado a Anastasia, la imagen de otro hombre tocando lo que era mio me daba nauseas, y me sublevaba ante la idea de que ella pudiera amar a otro.

-Ya ves Claude, no soy mejor que el bastardo mas grande del mundo, se que Diana es demasiado para mi, se que ella aun anda buscando quien la rete a su altura, ella es fuerte; yo no, ¿como seré capaz de mantenerme lejos de Ana o de acercarme lo suficiente para hacerla mi esposa sin sentirme un traidor?-

Las imágenes del sueno daban vueltas en mi, y muy lejos en la memoria algo que en ese momento no noté, la puerta del cuarto cerrándose. Tenia unas palabras con Ana que no podían demorar mucho. -¿Donde esta Anastasia?- pregunté totalmente serio.

Me sorprendió la rudeza que tomo la voz de mi hermana, tanto que lamente haber entrado a la cocina. Pero cuando Diana salió y dirigí mi mirada a los ojos de Raphael entendí como que había pasado.

-Creo que hay muy pocas personas que pueden llegar a entender a mi hermana y tú Raphe definitivamente no eres una de ellas. Mi hermana es un ser muy complicado y el hombre que tome su corazón tiene que ser muy inteligente, no es que tú no lo seas pero hay cosas que no estás dispuesto a sacrificar…- me acerque a él y lo abrace con fuerza, no era de demostrar afectos como aquellos pero sentía que él lo necesitaba. Después de varios segundos me separé para sonreírle.

- No eres un traidor y lo de acercarte a Ana…- me encogí de hombros sin saber la respuesta -..creo que tendrás que averiguarlo por ti mismo-
Abrí la puerta de la cocina apoyándome sobre ella para terminar de decir:

-Está en mi despacho con Esteban-

Me sorprendió el abrazo de Claude, mas nada pudo notarse por mi semblante. La presione contra mi con torpeza por la falta de coordinación que teníamos ambos. Era raro que anteriormente nos hubiéramos dado tan pocos abrazos. Quería mucho a Claude, y ella a mi, pero no era una persona muy expresiva y yo respetaba eso.
-No se trata de entenderla, el amor nunca se trata de eso Claude- le respondí explicándole cosas que había aprendido con la vida, cosas que se aprenden a base de errores. Aquel que no comete errores por miedo deja de vivir por cobardía. -No se trata de inteligencia, se trata de empeño. Se necesita empeño por conquistarla y a mi me falta y ella lo sabe.- termine de explicarme y suspire.

-La reconocí por lo que era cuando era apenas una niña, pero ahora, después de tantos años estoy avergonzado de haber confundido la química y la complicidad con deseo y amor y haber lastimado su orgullo.-La sonrisa de Claude no se borraba de su rostro y su siguiente comentario no lo esperaba.

-Su hermano era mi mejor amigo y yo soy el único que sabe la verdad sobre su familia, yo entre todos debería poder cumplir la promesa...- No pude terminar la frase, la sensación de un puño golpeando duro en mi pecho hubiera sido nada ante la ultima frase que Claude pronuncio.
-Maldita sea- gruñí sintiéndome culpable, yo ya sabia lo que ella pensaba que sentía, pero por su edad no le había dado el justo valor a su cariño pensándola inmadura aun para algo como mi amor. Yo sabia que era culpable, pero no sabia porque, yo no podía ser su pareja, pero tampoco podía negarselo.

Salí disparado por la puerta en dirección al despacho de Claude. No sabia que pasaría entre Anastasia y yo, pero lo que era seguro era que teníamos que hablar.

Subi las escaleras como un alma poseída y entre sin tocar la puerta al despacho. que ya conocía de estar durmiendo en la casa.